Se sitúa en el vértice noroccidental de la Isla, con una superficie de 28 km cuadrados. Al Norte limita con Garafía por el Barranco de Izcagua, al Sur con Tijarafe por el Barranco de Garome, dos espectaculares depresiones que enmarcan una ladera que desciende desde los 2.200 m hasta el mar, en poco más de 12 km de recorrido. El rasgo dominante del paisaje son los conos de piroclastos, de distribución irregular.
El clima viene determinado por su situación a sotavento del alisio; es una zona muy soleada y árida con precipitaciones que son abundantes cuando las borrascas atlánticas se acercan a sus dominios.
Los primeros pobladores dejaron importantes huellas de su existencia en los restos de construcciones, materiales que formaron parte de su industria y manifestaciones rupestres (grabados, amontonamientos de piedra, canales y cazoletas).
En el siglo XVI se establece el primer poblamiento histórico en las inmediaciones de San Amaro, donde se construye una de las primeras iglesias de la Isla, pues fue la sexta beneficiada. La población, en su mayoría, colonos de origen portugués, dedicaron su patronazgo a San Amaro. Sus casas bajas, cubiertas de paja y dispersas es un claro exponente del carácter marginal de un pueblo que roturó los campos de pinares para convertirlos en sembrados; su otra dedicación fue la ganadería. La falta de fuentes, nacientes y pozos obligaba a sus moradores a construir aljibes para la recogida del agua de lluvias.
La propiedad de la tierra era del Cabildo que las arrendaba a los trabajadores en régimen de «quintos», debiendo entregar una quinta parte del producto una vez deducido el diezmo (la décima parte para beneficio eclesiástico).
La industria puntagordera estaba directamente relacionada con la producción de brea (quema de tea para extraer la resina en hornos específicos), el comercio de la madera y el cultivo de cereales y frutas para la venta. Llegó a contar con un pósito para el almacenamiento de cereales.
El tradicional poblamiento fue abandonado y situado en una posición más elevada, distribuyéndose en torno a los núcleos de Cuatro Caminos, El Pinar, Fagundo y El Roque.
Las adversas circunstancias políticas y económicas de finales del siglo XIX y gran parte del XX hicieron sentir los efectos entre los puntagorderos que abandonaron la Isla o se trasladaron a otros municipios. En la actualidad, Puntagorda presentas niveles de vida aceptables, con una presencia importante de población extranjera y un crecimiento moderado que ha ganado en bienestar para sus pobladores.
LA MIEL, alimento con historia
La miel de abeja, muy apreciada a lo largo de la historia, con elevadas propiedades energéticas y terapéuticas, es un bien que la propia naturaleza nos brinda. Sin lugar a dudas, el consumo de este manjar fue más elevado en tiempos pasados, la variedad de productos dulces era menor que en la actualidad.
El arte de la apicultura no es patrimonio de un lugar concreto, pero en la isla de La Palma se recogen mieles de muy alta calidad, calificadas por los expertos como excelente, compitiendo entre las mejores de España.
Las flores constituyen la base para que la abeja fabrique los deliciosos néctares, materia prima de la que Puntagorda anda sobrada. Las casas se visten con flores y los campos del blanco de los almendros.
Esta practica requiere mañas específicas, se entabla una relación de mutuo acuerdo, el campesino se acostumbra a ellos y los insectos ceden domesticados. Los enjambres se mueven con gran sentido de la orientación, sin perder el norte de su colmena; en la Isla vive la llamada abeja negra, especie autóctona libre de muchas enfermedades foráneas. Ellas, obreras y zánganos, en su propio mundo jerarquizado, sirven a la reina, revolotean y zumban en torno a las celdas con sus perfectos seis lados.
Las rústicas colmenas de troncos de palmera y drago ahuecados son cosas del pasado, se colocan en lugares refugiados, lejos, sin interferir el tráfico de los humanos.
Los colores y sabores de la miel varían dependiendo de la flor: es blanca y delicada si es de tajinaste, cristalina y suave si es de flor de costa, oscura y fuerte si es de brezo o castaño. El arte de cosechar miel es un poco complicado pero que debemos transmitir como parte de nuestro pasado.
FESTEJOS
A parte de las fiestas comunes con el resto de las localidades como las de Navidad y Semana Santa, los lugareños celebran la festividad de su patrón San Mauro Abad que tiene lugar en la segunda quincena de agosto, la imagen es llevada en romería hasta el antiguo templo.
Antaño, dicho acontecimiento se marcaba en el calendario el 15 de enero hasta que en el año 1916, el párroco Bienvenido Serra la trasladó a septiembre, y actualmente se desarrolla en el mes de agosto.
Pero sin lugar a dudas, la más concurrida es la que tiene lugar entre enero o febrero, dependiendo de la floración «La Fiesta del Almendro en Flor». Con el aire frío del invierno y el campo plagado de matices blancos, los puntagorderos reciben a los visitantes que se acercan a gozar del acontecimiento. Con un apretado programa de actos de toda índole, degustando el sabroso vino de tea y almendras, el pueblo palmero se reencuentra con la naturaleza.
SUGERENCIAS
Puntagorda es un pueblo lleno de encantos, sus paisajes abiertos ofrecen muchas alternativas a los senderistas. Antiguos caminos y traviesas nos descubrirán modestas construcciones pupolares, siempre realzadas por la presencia de flores, un poblamiento envejecido, sabio de tradiciones e historia que contar en este entorno natural casi mágico.
Una de las rutas que les proponemos parte desde El Pino de La Virgen por el camino real que nos conduce hasta la misma iglesia de San Amaro; desde allí continuamos el sendero hasta el mirador de Matos, montaña de perfil redondeado, y tomaremos la dirección hacia el molino de viento ascendiendo, para concluir, hasta el Fayal.
Otro itinerario de mayor grado de dificultad lo constituye el que se inicia desde el pueblo por el camino de La Rosa hasta la cumbre, en constante ascenso. Pasaremos por terrenos de medianías donde se cultiva la viña, claros pinares hasta llegar a las cotas altas donde crece el codeso.
PUNTOS DE INTERÉS
Los Dragos centenarios
Entre los profundos tajos tallados en los terrenos de piroclastos discurre la carretera entre Los llanos y Puntagorda, encajada y sinuosa nos conduce al pueblo de las rojas arcillas. En el barrio de El Roque, junto a la vía, se divisan los dragos de la localidad, desde este enclave hay excelentes vistas sobre las inclinadas laderas y paisajes nítidos llenos de luz.
Admirando estos centenarios árboles de pausado crecimiento y corpulento porte, encontramos un símil con el mundo animal encarnado en una gran tortuga cuyo corazón late lentamente y su coraza gris les protege el alma. Estáticos y legendarios, los dragos son los gigantes entre las especies vegetales que habitan el Archipiélago Canario.
Los dragos de Puntagorda tenían considerables proporciones hasta que un temporal, no hace muchas décadas, partió uno de los troncos fatigado por el peso de su ancha copa.
La antigua iglesia de San Amaro
En la parte baja del pueblo se encuentra la que fue la primera iglesia de la localidad, hoy alejado y silencioso subsiste este edificio del siglo XVI que pasó a ser parroquia en 1617.
Las sendas vecinales más antiguas pasaban por San Amaro; así, el camino del Calvario o que partía hacia la cumbre era andado por los miles de peregrinos de toda la Isla, devotos del santo de origen portugués.
Sus pesadas puertas estuvieron abiertas al culto hasta 1951, pero su ubicación y los escasos medios económicos hicieron de ella un montón de ruinas, cayendo en el olvido. En la actualidad está siendo restaurada y ha sido declarada como Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento. Se encuentra rodeada de fértiles tierras de cultivo irrigadas por las aguas del embalse de la Montaña El Palomar. A pocos metros se encuentra la antigua casa parroquial que trasluce las vivencias de tiempos pasados.
El Pueblo
El caserío se haya diseminado por las suaves laderas del lugar; casas bajas y blancas de arquitectura profundamente sobrias se agolpan a la vera de los caminos sinuosos y callados.
Como enclave principal está El Pinar, lugar donde se sitúa la nueva iglesia que alberga al santo patrón San Mauro Abad, también conocido como San Amaro, trasladado desde el antiguo santuario. En los aledaños, un robusto pino canario ancla sus raíces como testigo de los antiguos bosques que cubrían la roja tierra puntagordera. «El Pino de La Virgen» tiene su ancho tronco horadado y en su seno arropa a una pequeña imagen mariana. Junto a él se sitúa el Ayuntamiento del Municipio.
Otro núcleo de poblamiento lo constituye Los Cuatro Caminos, encrucijada de vías donde fluye la vida rural de sus moradores. La gente mayor, sentada a la puerta de las casas mantiene conversaciones de otros tiempos, de Cuba y Venezuela, de pariente que emigraron y de anécdotas de la vuelta.
Miradores
A poca distancia del «Pino de La Virgen» se sitúa el mirador de Miraflores; desde allí contemplamos panorámicas sobre la totalidad del pueblo, de las lejanas casitas de tejados rojos, los sembrados de papas, viñas y frutales y los miles de almendros, lomas, llanos y despeñaderos, cumbres que se elevan y el océano inmenso.
Hacia la costa, de mares violentos, se encuentra La Montaña de Matos, altiva centinela con vistas sobre el Atlántico, espacio intemporal donde se respira el viento. Cuentan los lugareños que el horizonte lo cruzaban los veleros que venían de América y recalaban en el pequeño puerto de Garafía, lo cual era todo un acontecimiento.
Cumbres y costas
El tramo de cumbre del Municipio es corto y se levanta en el Roque Chico a 2.372 m. Lomos y barranqueras se encajan formando casi una caldera entre Tinizara y El Roque y los bosques de pinar lucen como una alfombra despuntada sobre un territorio de mágica geografía.
Las pendientes se suavizan por debajo de los 1.500 m, allí abundan los terrenos abandonados de viejos cultivos de secano de cereal, legumbres y viñas que, en régimen de «quintos», el Cabildo cedía al pueblo para ser explotados. El monte fue talado para sacar rendimiento al productivo suelo, bendecido por las lluvias cuando las nubes se acumulan a este lado de la Isla.
En las costas la tierra cae en picado hasta el océano; sobrecogen los acantilados protegidos y declarados Monumento Natural de La Costa de Hiscaguán. En estas costas bajas donde apenas llueve y la insolación es alta sobrevive un mundo vegetal de cardones, tabaibas, verodes, cornicales, vinagreras y, junto al rompiente, las más osadas plantas adaptadas al medio salino.
Por los riscos serpentean los angostos senderos que los puntagorderos han trazado para llegar al puerto; los bravos rompientes inquietan al pescador más experimentado pero no asustan a las pardelas, las gaviotas y las águilas pescadoras que nidifican en estos lares.
El Fayal
El pinar se estira desde las montañas más altas hasta el centro del pueblo; el Fayal es un reducto de bosques con magníficos ejemplares centenarios de pino con un sotobosque de brezos y fayas que le dan el nombre al lugar. Aquí se localiza una tranquila zona recreativa dotada de asaderos, mesas, agua potable y un pequeño parque infantil.
Su accesibilidad y cercanía del núcleo poblacional hace que sea muy popular; desde allí, ajo las esbeltas coníferas, se divisa la profundidad del Barranco de Izcagua. A él acudían las gentes en períodos de sequía, cuando las aljibes se vaciaban, para excavar hoyos en el cauce arenoso hasta que aparecía la milagrosa agua, por eso le llamaban «el charco que mana». Al otro lado aparece Las Tricias, primer pago del vecino Garafía y la vista se desparrama ladera abajo, observando un mundo apartado y sereno. Dragos, grajas, pinos, el viejo molino de viento y, en el horizonte quieto, muere el sol cada tarde de forma espectacular con cromatismos muy bellos.
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